Discurso de SS Benedicto XVI
A
los Administradores de la región del Lacio y de la provincia de Roma
10/01/2008
Ilustres
señores y amables señoras:
Me
alegra recibiros, al inicio del nuevo año, para el tradicional intercambio de
felicitaciones. Os agradezco vuestra presencia y saludo cordialmente al
presidente de la junta regional del Lacio, señor Pietro Marrazzo; al alcalde de
Roma, honorable Walter Veltroni; y al presidente de la provincia de Roma, señor
Enrico Gasbarra, a los cuales expreso sentimientos de viva gratitud por las
amables palabras que me han dirigido, también en nombre de las Administraciones
que dirigen. Saludo, asimismo, a los presidentes de los respectivos
consejos y a todas las personas aquí reunidas.
Esta
cita anual nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre algunas materias de
interés común y de gran importancia y actualidad, que afectan directamente a la
vida de las poblaciones de Roma y del Lacio. A ellas, a cada persona y familia,
dirijo a través de vosotros un recuerdo de afecto, de aliento y de atención
pastoral, haciéndome intérprete de los sentimientos y de los vínculos que han
unido a lo largo de los siglos a los Sucesores del apóstol san Pedro con la
ciudad de Roma, con su provincia y con toda la región del Lacio. Cambian los
tiempos y las situaciones, pero no se debilitan ni se atenúan el amor y la
solicitud del Papa por todos los que viven en estas tierras, tan profundamente
marcadas por la gran herencia viva del cristianismo.
Un
criterio fundamental, sobre el que fácilmente podemos concordar en el
cumplimiento de nuestras diversas tareas, es el del carácter central de la
persona humana. Como afirma el concilio Vaticano II, el hombre es, en la tierra,
"la única criatura a la que Dios ha querido
por sí misma" (Gaudium
et spes,
24). A su vez, mi amado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II, en la
encíclica Centesimus
annus,
escribió con razón que "el principal recurso del hombre (...) es el hombre
mismo" (n. 32).
Consecuencia
evidente de todo ello es la importancia decisiva que revisten la educación y la
formación de la persona, ante todo en la primera parte de la vida, pero también
a lo largo de toda su existencia. Sin embargo, si miramos la realidad de nuestra
situación, no podemos negar que nos encontramos ante una auténtica "emergencia
educativa", como subrayé el 11
de junio del año pasado al hablar a la Asamblea de la diócesis de
Roma.
En
efecto, parece cada vez más difícil proponer de manera convincente a las nuevas
generaciones certezas sólidas y criterios sobre los cuales construir su vida. Lo
saben bien tanto los padres como los profesores, que también por esto sienten a
menudo la tentación de abdicar de sus funciones educativas. Por lo demás, en el
actual contexto social y cultural impregnado de relativismo y también de
nihilismo, ellos mismos difícilmente logran encontrar puntos de referencia
seguros, que los puedan sostener y guiar tanto en la misión de educadores como
en toda su conducta de vida.
Esa
emergencia, ilustres representantes de las Administraciones de Roma y del Lacio,
no puede dejar indiferentes ni a la Iglesia ni a vuestras
Administraciones. En efecto, además de la formación de las personas, están
claramente en juego las bases mismas de la convivencia y el futuro de la
sociedad. Por su parte, la diócesis de Roma está dedicando a esta difícil tarea
una atención muy particular, que se realiza en los diversos ámbitos educativos,
desde la familia y la escuela hasta las parroquias, las asociaciones, los
movimientos, los oratorios, las iniciativas culturales, el deporte y el tiempo
libre.
En
este contexto, expreso profunda gratitud a la región del Lacio por el apoyo
prestado a los oratorios y a los centros para la infancia organizados por las
parroquias y las comunidades eclesiales, así como por las ayudas para la
realización de nuevos complejos parroquiales en las áreas del Lacio que no
cuentan con uno. Ahora bien, quiero exhortar a un compromiso convergente, de
gran alcance, a través del cual las instituciones civiles, cada una según sus
competencias, multipliquen sus esfuerzos para afrontar en los diversos niveles
la actual emergencia educativa, inspirándose constantemente en el criterio-guía
del carácter central de la persona humana.
Aquí
tienen una importancia claramente prioritaria el respeto y el apoyo a la familia
fundada en el matrimonio. Como escribí en el reciente Mensaje
para la Jornada mundial de la paz,
"la familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el
matrimonio entre un hombre y una mujer, es el "lugar primario de humanización de
la persona y de la sociedad", la "cuna de la vida y del amor"" (n. 2:
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de
2007, p. 5).
Lamentablemente,
cada día constatamos cuán insistentes y amenazadores son los ataques y las
incomprensiones con respecto a esta realidad humana y social fundamental. Por
consiguiente, es muy necesario que las Administraciones públicas no secunden
esas tendencias negativas, sino que, por el contrario, ofrezcan a las familias
un apoyo convencido y concreto, con la certeza de que así contribuyen al bien
común.
Otra
emergencia que se agrava es la de la pobreza. Aumenta sobre todo en las grandes
periferias urbanas, pero comienza a estar presente también en otros contextos y
situaciones que parecían libres de ella. La Iglesia participa, de todo corazón,
en el esfuerzo por aliviarla, colaborando de buen grado con las instituciones
civiles, pero el aumento del coste de la vida, especialmente los precios de las
viviendas, las persistentes situaciones de falta de trabajo, y también los
salarios y las pensiones a menudo inadecuados, hacen realmente difíciles las
condiciones de vida de numerosas personas y familias.
Además,
un acontecimiento trágico como el asesinato, en Tor di Quinto, de Giovanna
Reggiani, puso bruscamente a nuestra población no sólo ante el problema de la
seguridad, sino también ante la gravísima degradación de algunas áreas de
Roma: especialmente aquí es necesaria, más allá de la emoción del momento,
una obra constante y concreta, que tenga la doble e inseparable finalidad de
garantizar la seguridad de los ciudadanos y de asegurar a todos, especialmente
a los inmigrantes, al menos el mínimo indispensable para una vida
honrada y digna.
La
Iglesia,
a través de Cáritas y de muchas otras realidades de voluntariado, animadas por
laicos y por religiosos y religiosas, se prodiga también en este difícil ámbito,
en el que siguen siendo evidentemente insustituibles las responsabilidades y las
posibilidades de intervención de los poderes públicos.
Otra
preocupación que atañe tanto a la Iglesia como a vuestras
Administraciones, es la que se refiere a los enfermos. Sabemos bien cuán graves
son las dificultades que debe afrontar la región del Lacio en el ámbito de la
salud pública, pero debemos constatar también que no raramente es dramática la
situación de los hospitales y clínicas católicos, aunque gocen de un prestigio y
una excelencia reconocidos en toda la nación. Por tanto, no puedo menos de pedir
que no sean marginados en la distribución de los recursos, no por interés de
la Iglesia,
sino para no perjudicar un servicio indispensable para nuestra población.
Distinguidas
autoridades, a la vez que os agradezco nuevamente vuestra amable y apreciada
visita, os aseguro mi cordial cercanía y mi oración por vosotros y por las altas
responsabilidades que tenéis encomendadas. Que el Señor sostenga vuestro
compromiso e ilumine vuestros propósitos de bien.
Con
estos sentimientos, imparto de corazón a cada uno la bendición apostólica, que
de buen grado extiendo a vuestras familias y a cuantos viven y trabajan en Roma,
en su provincia y en todo el Lacio
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